Hoy damos la bienvenida en nuestro blog a Begoña. Ella asistió a nuestra Jornada Mujeres Autistas, desde dentro del espectro. Begoña es una mujer autista y nos ha contado su experiencia durante un viaje en el que, por esas casualidades de la vida, uno de los pequeños pasajeros era un niño autista. Refleja, a mi modo de ver varias cosas importantes:
1.- Las personas autistas son empáticas, solidarias y comprensivas por encima de la media de los llamados ‘normales’.
2.- Las personas autistas se entienden entre sí de una forma más eficiente, directa y satisfactoria que entre los llamados neurotípicos. Existe, por tanto la comunidad autista.
3.- Las personas autistas no tienen problema alguno en participar activamente en momentos de ayuda mutua y apoyo.
Gracias Begoña, por tu testimonio.
Hacía el trayecto Asturias-Madrid, como en otras ocasiones. Era, en principio, un viaje más. Sentarse y con un poco de suerte no tener que interactuar demasiado con mi desconocida compañera de viaje (una chica joven que más tarde me enteraría que era terapeuta ocupacional). Todo normal, cascos, aislamiento del entorno…. De la gente que iba en el vagón poquísimo recuerdo de sus caras. Quizás de dos o tres, y la una madre joven con dos niños pequeños… el niño no paraba de llorar, chillar, moverse…lo oía en el otro extremo del vagón desde la distancia que dan los cascos, la madre intentado controlarlo repitiendo una y otra vez “estate quieto”… Pienso ” otros niños malcriados”, y vuelvo a mi mundo, algo fácil para mí. De repente una pasajera empieza a gritarle a la madre “que no le pegues” reiteradamente una y otra vez. La madre se levanta y empieza a increparle: “¿Quién eres tú para decir lo que hago o dejo de hacer con mi hijo? ¿Quién te crees que eres?” . En un estado de agitación enorme
Y con una gran carga de ansiedad empieza a decir, a chillar,” es que mi hijo es autista ¿te enteras?, es autista -repite- y no quiero que os moleste”… lloraba y chillaba, amenazaba con bajarse en la próxima estación.
Leo que era el niño en cuestión aumentaba por momentos sus gritos y llantos. Un chico de camisa blanca se levanta, intenta calmar a la madre y le pide que se siente, pero no consigue nada. La madre ha roto sus diques emocionales y está claramente desbordada. Me digo: “ahora o nunca” y yo que siempre procuro mantenerme en mi burbuja en los viajes, me levanto y primero dirigiéndome a la pasajera que le increpo le digo no sigas ya se lo repetiste varias veces, ya está (con tranquilidad) aunque le diría: “cállate ya. Pareces asperger repitiendo una y otra vez la misma frase entrando en bucle, coño”. Pero no iba a resultar, no es mi objetivo empeorar las cosas.
Voy hacia la madre y le digo: ” estate tranquila, por favor cálmate, soy asperger y tengo un hijo asperger, se lo que es esto, yo te cuido un poco a tu hijo”. Ella que ve una aliada, proclamando esta chica es asperger y sabe lo que es esto, ella sí lo entiende (yo nunca voy diciendo por ahí que soy asperger, me ven rara, pues bueno allá ellos que piensen lo que quieran).
Así es como empieza la relación con Leo el pequeño autista de 2 años y con su hermana Nana (como él la llama) de 4 años. Se pegan a mí como una lapa, tengo la capacidad de interactuar naturalmente con los niños poniéndome a su altura, sintiendo la sorpresa, y los descubrimientos como lo viven ellos y expresándolo tal cual; a los “normales” seguro que les choca.
Entre los múltiples ruidos que me saturan el cerebro: tren, gente hablando, Leo hablando en su particular idioma, Nana reclamando mi atención, oigo a una pasajera a lo lejos: “mira, ella se lo pasa en grande la pobre (lo de pobre no sé si es porque no me dejan parar o porque soy asperger); carreras constantes de un extremo a otro del vagón.
La madre vuelve a entrar en crisis, vuelvo para calmarla. Leo que se escapa, abre la puerta… y viene el revisor, amenaza con llamar a la policía, amenaza con bajarles en la próxima estación. Mi asperger me pide decirle: ” eres un cabrón ¿tú no ves cómo está esta mujer?”. Me muerdo con fuerza la lengua, uso la diplomacia y el “buen hacer”. “Tranquilo, ya está, ya va a estar calmada”. Posteriormente pasará de forma reiterada 5 ó 6 veces por el vagón, con mirada fría, sin un ápice de compasión, acechante, quizá esperando a que salte la chispa otra vez para darle la excusa perfecta. Me mira mal, no entiende lo que estoy haciendo, corriendo detrás de un niño malcriado, pensará, que sube a los brazos de los asientos y no para quieto. Intento centrar la atención de Leo en el paisaje: árboles, pajarillos… lo consigo un minuto o a la sumo dos, hasta que descubro que es lo que interesa a Leo. Los coches, camiones, autobuses le fascinan, es lo único que le hace quedarse quieto…pero el tren pasa por los túneles y Leo se vuelve a sobre excitar, ve los campos de castilla sin nada que le motive a fijar su atención y echa a correr. 1,2, 3, 15,20, 28 carreras pasillo adelante y atrás…. Mamaaaaaa….repite corre a verla, confirmación de que su madre sigue allí en un vistazo, y vuelta a correr; aprende a abrir las puertas, que separan los vagones…. Conoce varias letras y números de los letreros. Nana reclamando mi atención. “¿Por qué Leo más que yo? “, pensará….
Decidimos jugar a que vamos a comer y pedimos a Nana la comida que queremos.
Empezamos a pedir. A Leo le encanta el arroz y el chocolate. Habla mal, aunque su hermana hace en alguna ocasión de traductora. La madre me comenta cosas en cada una de las innumerables y ultra rápidas visitas que le hacemos. Leo Nana y yo la maestra me dice no le entiende nada yo pienso por mi experiencia ” es que los maestros no escuchan con el alma”.
Le repito varias veces: “estás mal, tienes que buscar ayuda ponerte tú bien y luego vas a ver esto de otra manera y no te desbordara como ahora”. Me da la razón, ella es consciente de su completo desbordamiento. Repite “no puedo más “desde ese cuerpecillo casi en los huesos, se siente culpable de que tenga que estar yo cuidándole a los niños. “Tú tienes que hacerlo siempre”, le digo. “Para mí son 2 horas de entretenimiento, tranquila”.
Se levanta mi compañera de asiento que colabora también. Distrae a Leo haciendo la voltereta (que le hacía su padre a ella) y que mi padre me hacía a mí, cosa que había olvidado.
Me dice en el pasillo entre vagón y vagón “este niño no tiene pinta de ser autista porque se quiere relacionar -deja caer-, igual no está bien diagnosticado”. Decido callar. “Si tú supieras, pienso…”. “No es autista porque se quiere relacionar…. Hace dos semanas escuché que los autistas nunca miran a los ojos, si miran no son autistas”. En fin….
Una asperger, una niña neurotípica, y un autista que se quiere relacionar pidiendo comida y fingiendo que la comemos. Leo el primero haciendo como su hermana y disfrutando de ello.
Juego simbólico.
Llega el tren a Valladolid, promesa de la madre de que buscará ayuda, llantos, un abrazo que me sale espontáneo (contados con los dedos de la mano en mi vida a gente que no conozco -“bueno, ni a los que conoces”- diría mi hermana, y una frase: “no te vayas con la idea de que eres una mala madre que no es así”. Rompe a llorar desconsoladamente. “Sí lo soy…” No, le repito, ellos te quieren, se ve que te adoran…
Cuatro personas se han acercado a ella en el viaje entendiéndola, el resto indiferencia total, incluso juzgándola con la mirada; me viene a la cabeza una frase que ni pintada: CUANDO ALGUIEN JUZGE TU CAMINO PRESTALE TUS ZAPATOS.
Salen. Vuelvo rápido para mi asiento, pongo los cascos y vuelta a mi burbuja…Demasiadas emociones juntas para un día y demasiado intensas. Son ya las diez de la noche, una hora para llegar… Y mañana a las nueve en el CaixaForum: otro día de hiperexcitación. Pero esa ya es otra historia…
Begoña F.