Agradecemos la colaboración de nuestra amiga @FemAtipica, quien generosamente nos cuenta su experiencia vital en el ámbito escolar. Queremos erradicar la violencia en las escuelas, que no se acose, persiga y destruya al diferente por el solo hecho de serlo. Te invitamos a que conozcas a ‘La Yonka’ y de su mano te animes a decir NO al maltrato y a la misautismia. 


Soy una mujer autista. Llevo siendo autista desde que nací, hace 23 años, pero me diagnosticaron hace menos de un mes. Uno de mis rasgos TEA que más ha llamado y llama la atención es mi voz pausada y monocorde y otro mi lentitud a la hora de reaccionar, moverme y realizar cualquier actividad. No soy lenta por desidia ni por decisión propia, si intento hacer las cosas más rápido lo único que conseguiré es bloquearme y fracasar en el intento. Estas características me han traído muchos problemas a nivel académico.

En primaria unas niñas se fijaron en mi forma de hablar y me preguntaron si era retrasada. Yo no supe qué responder, no sabía lo que significaba esa palabra ni era consciente que mi forma de hablar era distinta. Me sentí confusa e incómoda, sin capacidad de reacción. Desde ese día aquel grupo de niñas se dedicaban a huir de mí como si tuviera una enfermedad contagiosa y a decirle al resto de niños que era una retrasada. Por suerte, esta situación solo se producía en el patio del recreo. Recuerdo que también por aquel entonces comencé a percibir tímidamente mis diferencias. Por ejemplo, aprendiendo las tablas de multiplicar la maestra iba niño por niño preguntado el resultado de una multiplicación simple. Cuando llegaba mi turno yo sabía la respuesta, las había estado estudiando detenidamente, pero me quedaba en blanco pues no era capaz de cumplir con la inmediatez que se me exigía. Mi profesora en seguida comprendió que necesitaba un poco más de tiempo que el resto y me lo concedió. Más adelante leímos un cuento sobre una tortuga. La maestra dijo a toda la clase que esa tortuga era como yo, que iba poco a poco haciendo lo mismo que el resto. Supongo que su intención no era mala pero la situación me hizo sentir rara.

Cuando empecé secundaria comenzó mi infierno. Pronto se dieron cuenta de que era diferente y me convertí en un blanco fácil para los acosadores del instituto. Mi sentencia llegó en forma de un mote ‘’La Yonka’’. Al principio pensé que se trataba de una equivocación, traté de convencerlos por activa y por pasiva de que yo no me drogaba más finalmente me resigné. No sé cuándo ni cómo comprendí que a ellos les daba igual si me drogaba o no, que solo era una comparación cruel con la que pretendían humillarme. Cada vez que hablaba, escuchaba alguien riéndose de fondo. Intentaba hablar lo menos posible, odiaba cuando un profesor me preguntaba algo en clase llegando incluso a desear no poder hablar. Pensaba que si me esforzaba lo suficiente podría conseguir perder esa capacidad, por suerte me equivocaba. Debe ser por este motivo que ahora hablo hasta por los codos, me harte ya de callar.

En primaria tenía un grupo de amigas con las que pasaba los recreos pero en el instituto ellas se hicieron muy populares, yo sin embargo no fui capaz de adaptarme. Acabaron dándome de lado, quedándome prácticamente sola. Tenía una única amiga, una compañera de clase que siempre me acompañaba en el recreo y durante el trayecto en autobús, por desgracia dejó los estudios a mitad de curso. Ella hizo algo que en su momento no supe agradecer e incluso me hizo enfadar, contó al director lo que me estaban haciendo a pesar de que uno de mis acosadores formaba parte de su familia. El director les llamó la atención y llamó a mis padres, por desgracia mi pesadilla siguió durante tres años más. Sin embargo, en esa época llegaban incluso a darme pequeños empujones entre varios mientras bajaba por las escaleras para intimidarme y, después de la denuncia de mi amiga, dejaron de hacerlo. Desde entonces, el maltrato escolar que recibí se basó en insultos, marginación y otras formas de violencia psicológica más sutiles pero no por ello menos destructivas.

Mientras tanto yo hacía todo lo posible por integrarme pero nada funcionaba. Cambie mi forma de vestir y empecé a maquillarme pero no funcionó. También me dedicaba a planificar mis interacciones sociales para saber qué decir, pero era una técnica ineficaz ya que nunca se desenvolvían como esperaba. Me sentía rara pero no sabía por qué, solía hacer muchos test sin ningún tipo de rigor científico sobre trastornos psicológicos con un ansia desesperada de buscar respuestas. Cada vez que entraba en contacto con un grupo nuevo de gente tenía la certeza de que no iba a encajar, y por desgracia siempre se confirmaba mi pronóstico. Por todo ello, no es de extrañar que sintiera el instituto como una
cárcel de la que quería escapar lo antes posible, siempre que podía me iba antes y, en los recreos, me escondía en las bibliotecas siempre que podía.

En cuarto de la ESO sufrí una situación de acoso en las redes por parte de varios compañeros. Me harte y se lo conté al orientador de mi centro, éste me informó de la posibilidad de denunciar y estaba decidida a ello pero finalmente no pude. Por suerte, el orientador se tomó en serio mi situación y habló con toda la clase. Ahí se terminaron todas las burlas y desprecios pero seguía igual de sola. También en ese año tuve dos profesoras maravillosas que consiguieron apasionarme con sus respectivas asignaturas. Ellas fomentaban la participación activa de su alumnado y que este desarrolle ideas propias. Recuperé mi voz y poco a poco gané algo de autoestima. Me apunté a una actividad deportiva en la que hice amistades y que me ayudó a despejar mi mente y canalizar mi ansiedad. Por desgracia esta nueva actividad deportiva también me trajo sufrimiento, pues por ser mujer y hacer un deporte no considerado femenino corría el rumor de que era lesbiana. Por aquel entonces ya había descubierto que soy bisexual y temía que si se llegara a saber volviera a ser víctima de acoso. Por suerte la situación se quedó en meras habladurías y pasé un bachillerato tranquilo dentro de lo que cabe.

Con el tiempo descubrí que no importa que seas diferente al resto si el grupo en el que te encuentras es inclusivo. Hoy en día tengo buenas amistades que me han apoyado en el proceso diagnóstico pero por desgracia muchas personas autistas pasan toda su vida intentando buscar su sitio sin éxito. Las personas con discapacidad son un colectivo vulnerable al acoso escolar, en el caso del TEA, por desgracia, ser víctima de bullying podría considerarse incluso un rasgo de este por la frecuencia con la que se da. Vivirlo, aunque sea por poco tiempo, puede marcarte de por vida. Aunque han pasado más de siete años sigue doliendo como entonces, sigo luchando por tener autoestima, por no ser insegura ni ponerme nerviosa cada vez que tengo que hacer una llamada. Me hubiese gustado que alguien se diera cuenta de mis dificultades, pero nadie pareció notarlo. Supongo que como sacaba buenas notas no les preocupaba. Creo que es vital que el profesorado y el resto de profesionales del sector educativo se formen en las características de las personas autistas y en cómo se manifiestan estas en mujeres autistas.

Por el desconocimiento social tuve que ser yo quien ató cabos y quien luchó por el diagnóstico. Las mujeres autistas somos vulnerables ya de por sí, por mujeres y por TEA, pero sin conocer nuestras dificultades ni tener acceso a apoyos específicos mucho más.

Comencé a sospechar que era autista después de ver el documental de TVE El laberinto del autismo, me sentí reflejada en algunas cosas que decían los protagonistas. Desde hace muchos años uno de mis intereses restringidos es la perspectiva de género así que siempre que abordo cualquier tema lo analizo con las ‘’gafas violetas’’ puestas. Empecé a investigar sobre cómo se manifiesta el TEA en mujeres leyendo los blogs y redes sociales de NeurodivergenteAida Trazos y Asper Revolution entre otras, cuanto más leía más rasgos veía en mi persona. El descubrimiento fue demoledor pues de repente descubrí muchas cosas de mí que ignoraba completamente, era como si antes no me conociera en realidad.

Por suerte, como ya mencioné, tuve y sigo teniendo muchos y grandes apoyos. Una compañera de clase me puso en contacto con Laura (nombre ficticio), una profesora de educación especial fundadora de un centro de atención temprana de mi ciudad. Ella me ofreció su ayuda, me escuchó y me orientó para iniciar el proceso diagnóstico. Me animó a hacerlo por la pública, yo lo intenté pero la psicóloga no se tomó en serio mis sospechas por lo que al final fui a un centro privado. Allí, finalmente me diagnosticaron. Tras ello sentí alivio de por fin descubrir mis debilidades y fortalezas, pero también miedo y preocupación por mi futuro laboral. Los datos del paro de personas autistas son terroríficos, entre un 85% y un 90% no tienen trabajo, y cuando tu diagnóstico coincide con el momento en que intentas iniciar tu vida laboral es normal que sientas cierta desesperanza. Por suerte, gracias a mi familia, estoy trabajando con Laura para conseguirlo. Ella fue quien me propuso escribir esto y, dado que desde que inicié el proceso diagnóstico tengo la idea de hacer activismo para visibilizar a las mujeres autistas y al TEA en su conjunto, yo accedí. De momento escribo esto de forma anónima, mi diagnóstico es muy reciente y aún tengo que librarme de ciertas luchas internas antes pero espero pronto aceptarme al cien por cien y coger la valentía y fortaleza para ser visible. Me gustaría en un futuro crear un blog sobre
autismo, pues siempre me gustó y se me dio bien escribir. Del colectivo LGTB aprendí que en el armario no se consiguen derechos, si bien muchas personas se ven forzadas a permanecer en uno por vivir en un ambiente hostil y no deben ser recriminadas. Quiero que en un futuro salir del armario autista no tenga consecuencias negativas, o por lo menos no tantas, pues es la única forma que tenemos de reclamar los apoyos y recursos públicos que merecemos y necesitamos para alcanzar nuestra plena autonomía. Autonomía que será distinta en función de cada persona y circunstancia.

En sociología, la llamada teoría de la desviación social afirma que son las personas que se salen de la norma y/o que se atreven a pensar diferente quienes generan las transformaciones sociales. Todos los inventos y avances sociales son obra de personas que se atrevieron a salirse del molde, que vieron un problema social y pusieron todo su empeño en solucionarlo, que eran discriminadas por ser diferentes y decidieron no quedarse calladas al ver esa circunstancia como una injusticia. Estos cambios sociales se produjeron, mayoritariamente, a través de la ciencia y la desobediencia civil pero la mera existencia de personas diversas ya transforma la sociedad. Las personas de distintas etnias, orientaciones sexuales, condiciones tienen formas diversas de ver y vivir en el mundo que enriquecen por sí mismas a todo el que se atreve a conocerlas. Dentro de esa diversidad estamos los hombres y mujeres dentro del espectro. A lo largo de la historia y en la actualidad grandes inventores y activistas sociales han estado dentro del espectro: Newton, Tesla, Temple Grandin, Greta Thunberg, etc. Gracias a su cerebro atípico llegaron a conclusiones a las que nadie antes había llegado, identificaron problemas y pusieron todo su empeño en solucionarlos, movilizaron a miles de personas contra una injusticia.

Debemos destacar, no obstante, que no todos los y las autistas somos genios y no por ello somos menos válidas. Independientemente de nuestro coeficiente intelectual y necesidades de apoyo nuestra presencia en el mundo es enriquecedora para aquellas personas que nos escuchan e intentan entendernos. El sistema educativo debe garantizarnos un ambiente inclusivo donde se vean nuestras diferencias como un valor, no como una carga ni algo incómodo. Somos personas con mucho que ofrecer y estamos aquí para quedarnos.

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